martes, 12 de agosto de 2008

Las Lágrimas de Carlota Bruner

En La Piel del Tambor Arturo Pérez-Reverte nos introduce a un peculiar y memorable personaje: Lorenzo Quart, un sacerdote al servicio del Instituto de Obras Especiales, un departamento del Vaticano que funge como un “organismo de inteligencia” a cargo de mitigar crisis potenciales que puedan manchar la imagen pública de la Iglesia Católica.

Quart es un hombre de gran astucia, con una hoja de servicio admirable que incluye haber sacado a Noriega de la Nunciatura durante la invasión estadounidense, y una disciplina férrea que camufla desiertos insospechados dentro de su alma. Sacos italianos de corte impecable, camisas de seda y zapatos de piel son el complemento ideal para un hombre que en sus cuarenta resulta tan atractivo que en la calle las mujeres se detienen a admirarlo y a lamentar el alzacuello que lo deja fuera de su alcance.

La novela inicia cuando un hacker invade el ordenador personal del Papa, dejándole una advertencia sobre una iglesia sevillana que “mata para defenderse”. Roma no puede tolerar semejante atrevimiento y Quart es despachado a Sevilla, una ciudad cuyo encanto seductor Pérez-Reverte recrea y explota al máximo en su narración. Ahí descubre que en torno a la vieja iglesia Nuestra Señora de Las Lágrimas gira un conflicto entre intereses económicos e ideológicos: Pencho Gavira, director del Banco Cartujano, trama con el apoyo del Arzobispo Corvo la venta del viejo edificio a la institución financiera, mientras que sus defensores se empecinan en preservarla a cualquier costo: El vicario Óscar Lobato y la monja Gris Marsala respaldan al Padre Príamo Ferro, un viejo sacerdote rural quien está al mando de la iglesia y se rehúsa a verla caer. Todos ellos bajo el amparo de Macarena Bruner, última vástago de una aristocracia en extinción, ex esposa rebelde de Gavira y apasionante personificación de la tentación.

Y es que Quart no sospecha que se verá obligado a tomar partido, pero no en la lucha por la supervivencia de la iglesia sino en la batalla que librará contra sus propios demonios que por tantos años ha mantenido sedados.

El elenco que lo acompaña a lo largo de la historia resulta igual de fascinante, desde El Cardenal Iwaszkiewicz y sus tácticas intrigantes propias de la Inquisición hasta la anciana madre de Macarena, Cruz Brunner, una anciana atascada entre dos mundos, o el periodista sensacionalista Honorato Bonafé. Las conjuras amorales de Gavira y su mano derecha, Celestino Peregil, se contrastan con sus ejecutores, un trío de malhechores bien intencionados que siguen los pasos del sacerdote: Con Don Ibrahim, La Niña Puñales y el Potro de Mantelete Pérez-Reverte le inyecta humor a una obra que sin ellos quizás sería demasiado sobria, pero no permite que en ningún momento se vuelva paródica o que le reste seriedad a sus demás planteamientos. Todos ellos actúan en la sombra de la leyenda del último corsario español, el Capitán Xaloc, y el amor que le fue negado. Ningún personaje aparece en sus páginas con el propósito de ser “secundario”; cada uno tiene su propio destino igual de interesante que el de Quart. Su trama no la dirigen los eventos sino las interacciones entre sus protagonistas, que se rehúsan a ajustarse a los roles que Pérez-Reverte les impone y revelan nuevos planos de sus personalidades que a su vez repercuten en las acciones de los demás.

El autor deleita con su habitual lenguaje preciso y La Piel del Tambor se devanea entre varios géneros y varias avenidas narrativas, manteniendo así al lector adivinando cuál será el sendero por el cual coincidirán sus personajes. Pero a medida que sus capítulos progresan, la historia se revela como un cándido análisis de la naturaleza de la fe, y para esto la va despojando de las armaduras ideológicas con la cual usualmente la aislamos de todo cuestionamiento. Una vez divorciada de todos los dogmas religiosos, la novela intenta responder a la pregunta ¿por qué existe la fe, por qué el ser humano la necesita? Para contestarla empíricamente no hay mejores candidatos que el dúo de Lorenzo y Príamo, manifestaciones diametralmente opuestas del clero.

Si hay algo que no se puede negar es la habilidad de Pérez-Reverte para concebir protagonistas inolvidables. Esa es la sensación que he tenido con Diego Alatriste (El Capitán Alatriste), Teresa Mendoza (La Reina del Sur) y, ahora, Lorenzo Quart. Son caracteres tan bien trazados y con tantos reveces psicológicos que aún cuando sus novelas concluyen deseas seguir siendo espectador de sus vidas.

¿Y sobre la pregunta en el vórtice del paratexto? Considero que Arturo propone una respuesta que satisfará a católico, musulmán, budista o ateo por igual.


Artículo interesante: http://www.icorso.com/cola11.html

Junio 2008

Referencia Bibliográfica:
Pérez-Reverte, Arturo. La Piel del Tambor. México: Alfaguara, 2006. 589 p.