martes, 3 de noviembre de 2009

El Archienemigo de Langdon

Robert Langdon, el simbólogo más aventurero de Harvard, está de vuelta en The Lost Symbol, y en esta ocasión le da un descanso a la Iglesia Católica para excavar en los mitos de Los Masones y la supuesta influencia que han tenido a lo largo de la historia de Estados Unidos. Sin embargo, pese a toda su astucia en esta ocasión Langdon es doblegado por el mayor adversario de su carrera: Dan Brown.

Tras una ausencia de seis años luego del inusitado éxito de su libro previo The Da Vinci Code, Dan Brown regresa al género en el que floreció su fama puliendo los elementos que ya se han vuelto una tradición en sus novelas: Una amenaza repentina que obliga a los protagonistas a vivir una tensa odisea en tiempo real, un psicópata brillante con un plan maquiavélico y un rompecabezas intelectual complejo que el héroe—y los lectores—deben resolver antes de que el peligro se concrete.

El Profesor Langdon es convocado al Capitolio en donde lo recibe la mano cercenada de su amigo Peter Solomon. Descendiente de una de las principales familias de EEUU y actual Director de Instituto Smithsonian, Peter se destaca como uno de los más generosos filántropos del país y un respetado Masón de muy alta jerarquía que custodia el más preciado secreto de esa hermandad. Dicho tesoro es codiciado por Mal’akh, un demente que secuestra a Solomon y coerce a Robert para develar el misterio masónico. La desesperada tarea se le complica por la intervención de Inoue Sato, la Directora de la Oficina de Seguridad de la CIA, con una pintoresca apariencia y una temible reputación. Afortunadamente Robert también contará con aliados en su misión, como Warren Bellamy el Arquitecto del Capitolio y hermano masón de Solomon, y la hermana consanguínea de Peter, Katherine. La carrera desesperada para rescatar a su hermano se contrasta con el peligro que se cierne sobre los logros en el campo de las Ciencias Noéticas que Katherine ha acumulado en su laboratorio secreto en el Smithsonian.

The Lost Symbol recurre a la estructura frenética a la cual ya nos han acostumbrado los cuatro libros previos del novelista, incitando la adicción instantánea del lector. La inclusión de las Ciencias Noéticas es intrigante y equilibra con planteamientos científicos la propuesta espiritual de los Masones. Esta hermética hermandad se vuelve el punto focal de la historia cuando Robert Langdon se ve forzado a penetrar en sus tradiciones y rituales para extraer los secretos contenidos en una arcana pirámide masónica que según su leyenda contiene la clave para acceder a misterios antiguos que le permitirán a la humanidad ascender a un nuevo nivel existencial. Los Masones quieren resguardar este secreto hasta que el hombre se encuentre lista para poseerlo; Mal’akh quiere apoderarse de él y destruirlo. Como suele sucederle, Robert se encuentra acorralado en el medio sin más opción que descodificar el complejo acertijo que Brown le ha puesto por delante. Con este enigma Dan hace gala de su ingenio para construir un sofisticado artefacto que se convierte en el motor de su trama. Otro destello creativo se aprecia en la fascinante tortura a la cual Mal’akh somete a Langdon.

Pero no todo el contenido de The Lost Symbol es un éxito. Ésta es una historia que enfatiza la trama y por lo tanto sus personajes adquieren apenas los rasgos básicos exigidos por la narración. Ninguno de ellos exhibe profundidad más allá de su rol en el relato; inclusive Robert Langdon continúa teniendo como único elemento psicológico relevante su fobia a los espacios cerrados. Brown desperdicia la oportunidad de valerse de sus vivencias en los dos libros previos para aportarle nuevas capas al protagonista. Por otro lado, mientras más información adquirimos sobre el abducido Peter Solomon, su nobleza se va engrandeciendo sin ningún elemento balanceador que lo humanice, por lo cual nunca conectamos emocionalmente con sus suplicios ya que instintivamente lo reconocemos como un ideal más que como un personaje.

Mal’akh, el antagonista de la historia, me inspiró sentimientos ambivalentes. El contexto del relato se prestaba para ensayar otro tipo de adversarios, pero Brown optó por la fórmula probada de libros anteriores y confronta a su académico con un psicópata delirante pero inmensamente astuto. Hay muchos aspectos interesantes en Mal’akh, entre los que sobresalen los eclécticos tatuajes que cubren su piel. No obstante, sus antecedentes dan la impresión de que el autor primero concibió el personaje más extravagante posible y luego buscó cómo justificarlo. Pasé la mayor parte de la historia queriendo creer en Mal’akh sin lograrlo, y cerca del clímax Brown inserta una revelación que afortunadamente reivindica la participación de este villano. Sin embargo, este rival no llega a la altura del Camerlengo Ventresca, el mejor adversario que Brown ha concebido a la fecha.

A fin de cuentas, el mayor enemigo al que el Profesor Langdon le hace frente en este libro no es Mal’akh sino el mismo Dan Brown, cuya monumental y controversial fama eclipsa tanto al protagonista como a la aventura. La atención de los medios se ha limitado a ver los resultados del leviatán publicitario detrás del lanzamiento de la novela, contando los millones de ejemplares vendidos sin inmutarse en descubrir si estamos ante un buen libro o no. Seguramente no seré el único lector que resiente la invasión del mercadeo desenfrenado en nuestro refugio entre las letras.
Algunos han alegado que Dan Brown está promoviendo una agenda ideológica específica a través de sus novelas de Robert Langdon, y aunque ignoro la veracidad de esa afirmación no cuesta detectar una temática consistente a lo largo de sus últimos tres libros. ¿Estaremos ante una conspiración de magnitudes mayores a las que expone el catedrático de Harvard? ¿Está Dan Brown valiéndose de literatura pop para subvertir las mentes de millones de lectores? En lo personal no he llegado a ese punto de paranoia envidiosa, pero ante la remota posibilidad de que ese fuera el caso, tengo que reconocer que el autor intenta transmitir un mensaje humanista sumamente positivo, y ese es el elemento más valioso y memorable en las quinientas páginas de The Lost Symbol.

Octubre, 2009

Referencia Bibliográfica:
Brown, Dan. The Lost Symbol. New York: Double Day, 2009. 509 p.