miércoles, 5 de noviembre de 2008

Entre Dos Tierras

“A veces me sorprendo diciendo su nombre. Me gusta su textura sobre mis labios, algo tenue pero tangible que le da sustancia a mis recuerdos.”
John Rain

Muchas veces se ha dicho que en la Literatura y en la ficción en general todas las historias ya se han contado, que lo que genera nuevos relatos y personajes originales que atraigan nuestra atención—cual ingrediente secreto de una receta exitosa—es la perspectiva de cada autor, filtrada por el lente de sus propias experiencias.

Un caso que lo confirma es Rain Fall, la novela debut de Barry Eisler que será reinterpretada en el cine en el 2009. Superficialmente puede simular ser un caso más de la típica trama en la cual un eficiente y amoral sicario va poco a poco descubriendo una causa justa por la cual luchar gracias al amor inesperado que le nace por una extraordinaria mujer. Y todo lo anterior no es falso, pero lo que hace de éste un libro singular no es el bosque sino cada uno de los árboles sembrados en él.

Empezamos con el protagonista, quien nos relata los acontecimientos en primera persona: Fujiwara Junichi, alias John Rain. Hijo único de un matrimonio interracial entre un diplomático japonés y su contraparte estadounidense, John ha pasado toda su vida entre dos culturas profundamente distintas e intensamente recelosas una de la otra. Rechazado socialmente en ambos países por su sangre mezclada pero con el corazón anclado al Japón de su niñez, Rain creció en un ostracismo que sin duda en gran parte lo motivó a inscribirse en el ejército norteamericano junto a su amigo “Crazy Jake” y juntos combatieron en la guerra de Vietnam como parte del Grupo de Operaciones Especiales. El conflicto bélico transformó a Junichi irremediablemente.

Conocemos a John Rain por primera vez muchos años después, e inmediatamente descubrimos que actualmente aprovecha todas sus habilidades al dedicarse a fungir como hitman para la élite de Tokio. Actuando como agente independiente, John se especializa en simular que las muertes de sus víctimas son por causas naturales. Pero Rain no es un psicópata que disfruta robando vidas ajenas ni un villano sin conciencia rumbo a su redención. Estamos ante un personaje con varias capas psicológicas, un hombre que la vida lo ha marcado con cicatrices y lo ha forzado a aislarse, y que ejerce el único oficio que conoce para sobrevivir. En las páginas del libro encontramos una interesante analogía de cómo John alguna vez fue un samurai y ahora es un ronin.

Y es gracias al oficio de John también que conocemos a una serie de fascinantes personajes, como Harry, el brillante hacker que provee asistencia valiosa a John; Tatsu, el intrépido director de la Ketisatsucho; William Holtzer, el jefe de estación de la CIA en Tokio; o Yamaoto, el astuto líder del partido político “Convicción”. Todos ellos jugarán un papel crucial en cambiar la vida de John de forma irreversible. No es en vano que el juego de palabras en inglés del título de la novela se puede traducir a “La Caída de Rain”.

En el otro extremo de la trama tenemos a Kawamura Midori, una hermosa pianista de jazz con una personalidad incisiva y perceptiva que el destino interpone en el camino de John y, gracias a la hipnotizante caracterización que Eisler logra, al lector se le hace tan difícil como a Rain evitar enamorarse de Midori. Con ellos dos conocemos un Tokio seductor y misterioso, melancólico y magnético, hogar de los mejores bares en los cuales refugiarse en el jazz y el whiskey. A simple vista John y Midori viven un romance propio de almas gemelas, salvo por que el padre de Midori fue la última víctima de Rain.

Hay un McGuffin que a largo de las páginas de la novela perseguimos frenéticamente, un disco compacto irreproducible que el padre de Midori escondió antes de morir y que guarda todos los secretos de los políticos locales. El poder de su contenido es tal que no sólo alinea a múltiples enemigos contra John y Midori sino que nos vale para adentrarnos y comprender la compleja telaraña de corrupción entre el gobierno y la yakuza japonesa, a quienes el devenir histórico ha fusionado en un ciclo simbiótico inagotable. El pantallazo al engranaje social del Tokio moderno es otro de los elementos dignos de admirar en esta obra.

Antes de recurrir a la palabra escrita Barry Eisler trabajó tres años en la estación de la CIA en Japón, así que nos queda sólo especular el porcentaje de autenticidad de los sucesos narrados en esta convincente novela inaugural. Lo que es indiscutible es que al proponernos un nuevo tipo de anti-héroe y un escenario radicalmente distinto Eisler ha refrescado lo que algunos podrían tildar como un género gastado.

En Rain Fall encontramos una obra tan híbrida como su protagonista, que combina el tradicional thriller estadounidense con los elementos singulares de la cultura japonesa en un escenario moderno que sin embargo evoca a la venerada cultura de los samuráis, y como Junichi, su efectividad es admirable.

Sitio del autor: http://www.barryeisler.com/

Octubre, 2008

Referencia Bibliográfica:
Eisler, Barry. Rain Fall. EEUU: Signet, 2003. 376 p.

Perdiendo Mi Religión

Adquirí la novela El Inquisidor en Mayo del año pasado, durante la última feria internacional del libro que se celebró en Panamá, en donde por casualidad conocí a su autor, el argentino Patricio Sturlese, a quien recuerdo interactuando con sus lectores con humildad espontánea y cierto asombro de contar con una obra aclamada best seller.

Como lector compulsivo añadí mi ejemplar dedicado a la pila de libros que siempre tengo esperando turno de lectura y no fue sino hasta hace unas semanas que me adentré en sus páginas para llevarme la grata sorpresa de descubrir una de las novelas más completas y entretenidas que se ha producido en Latinoamérica en los últimos tiempos.

En esta obra calificada como sacro-thriller Sturlese nos traslada al Siglo XVI, en donde nos presenta a su protagonista, Angelo Demetrio DeGrasso, quien detenta el respetado cargo de Inquisidor General de Liguria. Huérfano a temprana edad, Angelo fue criado por el sabio monje capuchino Piero DeGrande quien luego lo encomendó a los dominicos para que adquiriera su formación como Inquisidor, en la cual se ha destacado lo suficiente como para ser seleccionado por el Cardenal Vincenzo Iuliano, Superior General de la Inquisición, y el mismo Papa Clemente VIII para liderizar la búsqueda de dos enigmáticos libros satánicos—el Necronomicón y el Códex Esmeralda—que la Iglesia ha temido y perseguido por siglos y que finalmente parecen estar al alcance de la mano firme del Vaticano.

Angelo ignora que lo que parece en el primer capítulo una oportunidad valiosa para su carrera eclesiástica es en realidad el destino tocando a su puerta para implementar designios que fueron trazados desde el día de su nacimiento. En los meses venideros nuestro Inquisidor quedará envuelto en una lucha interna por el poder de la Iglesia entre el Vaticano y una sociedad secreta llamada Corpus Carus, una jovencita de nombre Rafaella desafiará su voto de celibato y competirá con Cristo por su amor, se embarcará en un prolongado y accidentado viaje al Nuevo Continente siguiendo la pista de los librorum prohibitorum, encontrará aliados bajo las identidades más insólitas y se enfrentará a enemigos en los lugares más insospechados, conocerá a la enigmática hija del Cardenal Iuliano y el poderoso secreto que ella custodia, y llegará a rebelarse contra toda autoridad a fin de desnudar la verdad.

Sturlese, un laico que estudia Teología, exhibe gran pericia al recrear minuciosamente aquella época histórica en la cual la iglesia católica racionalizaba con naturalidad el uso de torturas inmorales para arrancarle confesiones a sus acólitos y en la cual el pueblo aplaudía como espectáculos públicos las quemas atroces de aquellos condenados por herejía. Su habilidad como narrador se puede apreciar cuando nos ilustra el absurdo proceso con el cual se condena de herejía sin que ganemos antipatía hacia su protagonista. Su dominio de la historia le permite explotar los sucesos tanto en Europa como en América poco antes de la llegada del Siglo XVII para relatarnos una gran aventura que literalmente recorre medio mundo. Y es de esa misma familiaridad con la historia de la que se vale para desfilar frente a nosotros una grama gama de personajes, desde el Inquisidor Dragan Woljzowicz, el Almirante León Calvente, el Capitán de Infantería Guillermo Martínez, el enigmático polizón Nikos Xanthoupolos y su agenda oculta, el obstinado sacerdote jesuita Giorgio Carlo Tami y el misterioso astrólogo Darko, hasta el memorable Giulio Battista Èvola, “la gárgola de Cristo”.

Eventualmente comprendemos que los libros no son más que un McGuffin, el motor que pone en marcha una trama que diseca las creencias de aquel período en el cual toda actividad humana estaba supeditada a los dogmas religiosos y a los mandatos caprichosos de sus directores. Un aspecto curioso de la novela es el pavor que infunde La Sociedad Secreta de los Brujos, de quienes muy poco sabemos y que más conocemos a través de la ansiedad que inspira en la iglesia católica. En las páginas de El Inquisidor no presenciaremos ningún hecho sobrenatural; lo más que nos aproximaremos a la supuesta hechicería será a través de actos de gula carnal. Con esto Sturlese subraya sutilmente el miedo ignorante de aquellos días y diseña su trama de manera tal que aún dentro de ese contexto los Brujos no dejen de ser la amenaza que la historia requiere.

Irónicamente el análisis de aquella fe ciega e inflexible encuentra mayor efectividad a través de la gradual reversión de la fortuna de Ángelo, quien desde pequeño no ha conocido nada más que esos dogmas y, a medida que la experiencia lo va confrontando con la avaricia de su superiores, las conspiraciones de sus colegas y las pasiones del alma, la estoica fe del Inquisidor va siendo erosionada paulatinamente hasta que lo vemos convertido en un defensor desesperado de la dignidad humana en una cruzada extra ecclesia.

Patricio Sturlese distribuye a sus caracteres roles tradicionales—el mentor, la amante, el traidor, el padre desconocido, entre otros—y una vez que los identifica como tales saca provecho de nuestras preconcepciones sobre estos papeles para sorprendernos al dirigir a cada uno por un camino insospechado. Si bien algunas de sus revelaciones son predecibles al simplemente ir descartando posibilidades, esto no merma el disfrute de la obra ni impide que nos sorprenda el curso que seguirá la vida de cada personaje. Además, la narración viene hilvanada con astuta intertextualidad, ya que el Necronomicón en realidad es un libro ficticio que inventó H.P. Lovecraft muchos años antes de El Inquisidor.

No he conocido aún a alguien que haya leído este libro sin disfrutarlo, y no cuesta entender el éxito de esta novela editada en Alemania, Italia, Austria, Suiza y traducida al ruso, polaco y rumano. Patricio Sturlese nos presenta una aventura con nada que pedir y que, además, al concluir su lectura nos hará considerar de qué habría sido capaz la Inquisición si hubiera contado con dispositivos explosivos improvisados, lo cual a su vez impone la pregunta: ¿Qué tanto ha evolucionado la religión organizada durante los últimos cuatro siglos?

Sitio del autor: http://www.sturlese.net/

Octubre, 2008

Referencia Bibliográfica:
Sturlese, Patricio. El Inquisidor. México: Random House Mondadori, 2007. 474 p.