lunes, 14 de mayo de 2007

Hataki Komi

No es tarea fácil reseñar una obra que ya el New York Times describió con acierto como “parcialmente novela histórica, parcialmente cuento de hadas”. Esa es la expresión ideal para resumir la ficticia biografía de la memorable Sayuri en Memorias de una Geisha.

Por años he escuchado numerosos elogios sobre la novela de Arthur Golden, y a pesar de tenerla en la lista de libros que eventualmente planeaba leer, fue la aparición de la versión cinematográfica la que me impulsó a sus páginas, para prevenir que Hollywood estropeara la experiencia.

Aclaro, la cinta de Rob Marshall no es una mala película. Pero insto a cualquiera que planea verla a dedicarle tiempo primero a la prosa de Golden, un estadounidense egresado de Harvard cuya especialidad en arte e historia japonesa lo motivó a conducir una extensa y detallada investigación que le permitió recrear maravillosamente el mundo de las geishas desde comienzos del siglo pasado, con una prosa elegante y precisa que resulta aún más sorprendente si consideramos que ésta es su primera novela, a la cual dedicó diez años de su vida.

Memorias nos narra la historia que Sayuri supuestamente le dictó a un profesor americano de historia japonesa sobre el arduo camino que recorrió su vida hasta convertirse en una de las geishas más famosas de la primera mitad del Siglo XX. A menudo se hace referencia a sus excepcionales ojos grises que denotaban abundante agua en su personalidad, lo cual es sumamente apropiado si consideramos que su vida transcurre como un río que simplemente debe correr por el sendero que la vida le ha impuesto.

Hija de una pobre familia de pescadores que se ve forzada a vender a sus dos hijas a muy temprana edad, Chiyo acaba siendo la más afortunada al quedar prisionera de una vida de sirviente en una okiya o casa de geishas. Ahí es en donde conoce a personas que jugarán un rol crucial en el resto de sus vidas: Pumpkin, otra futura aprendiz a geisha, la “Madre” y la “Tía” que dirigen la okiya, y Hatsumomo, la fabulosa y venenosa geisha que ve en Chiyo una amenaza a su porvenir. Pero no es sino hasta que pierde la oportunidad de escapar junto a Satsu, su hermana mayor, quien huye despavorida de una vida de prostitución, y arruina sus posibilidades de educarse, que la desconsolada Chiyo saborea la esperanza gracias a la aparición de dos desconocidos: Un misterioso empresario que la consuela una tarde, y la majestuosa geisha Mameha, quien la elige como su aprendiz, y la encamina hacia su destino como la legendaria geisha Sayuri.

Esa es la premisa narrativa que nos plantea Golden, y a ella se atiene fielmente la película de Marshall. La diferencia está en lo que los recursos narrativos cinematográficos no podían transmitir, y lo que las limitaciones de formato del cine dejaron en la sala de edición. La trama de Memorias de una Geisha es casi una excusa, una ventana a través de la cual el autor en lugar de revelarnos aquel estilo de vida como un formal libro de historia, nos obliga a vivirlo a través de todo lo que Chiyo experimenta y siente, en su metamorfosis a Sayuri. Asimismo, la perspectiva de la narradora nos enriquece con docenas de detalles sobre la vida cotidiana en aquella época, y sobre una cultura lejana justo antes de su colisión con el occidente.

Mucho de lo anterior necesariamente se pierde en la película; habría sido aburrida de lo contrario. Y quien ha leído el libro siente que el largometraje es una narración acelerada, no del todo natural, a pesar de que contiene todos los acontecimientos relevantes en la vida de Sayuri, al menos en su esencia. Por otro lado, es un exquisito complemento al libro, con sus escenarios impactantes, sus kimonos majestuosos, su delicada banda sonora, y por darle rostros a Mameha, Hatsumomo y Sayuri.

Algunas críticas a la historia son relativamente merecidas. Hay personajes que en ambas versiones son planos, como el Barón, e inclusive el Director, que no trasciende a ser más que un ideal. Por otro lado hay los que requieren serlo, como Hatsumomo. Recordemos que escuchamos la versión unilateral de la historia y, ¿no es cierto que en nuestras propias vidas no alcanzamos a veces a distinguir las motivaciones y complejidades de quienes nos atormentan aparentemente por el solo placer de vernos sufrir? Por otro lado, hay personajes que se quedan cortos en la película, en particular todos aquellos de género masculino, que son reducidos a símbolos tenues. En particular no se les hizo justicia a Pumpkin y al pobre Nobu, un rico personaje con el cual ni llegamos a simpatizar en la pantalla grande. Además, la guerra psicológica entre Hatsumomo y Mameha es mucho más elaborada en el texto, y su desenlace es mucho más trágico y melancólico que la escena improvisada para el film. Adicionalmente, las vicisitudes de Sayuri pierden algo de validez al despojarla de la presencia del General Tottori como su danna, y de las duras pruebas que vivió durante la Segunda Guerra Mundial fabricando seda para los paracaídas.

Por otro lado, hay que reconocer que donde Arthur Golden contaba con quinientas densas páginas, Rob Marshall disponía de noventa escasos minutos.

Otras críticas subrayan el hecho de que, pese a toda la refinación de las cuales las geishas hacían lujo, al final seguían estando sujetas a una vida de sometimiento sexual, ya sea real o fantaseado. Lo cual es cierto, pero el autor nunca intenta hacer una apología de aquel oficio, sino simplemente retratarlo en toda su complejidad. Nos hace vivir las clases de baile y canto, nos hace padecer el sufrimiento implícito de esculpir el peinado de geisha, nos inyecta con la misma incertidumbre que invade a Sayuri ante la ceremonia del mizuage. Algunos eventos son jocosos, otros reivindicatorios, y algunos simplemente tristes. Pero todos eran parte de la vida en Gion.

Es por eso que la historia de Nitta Sayuri es salpicada con una pizca de irrealismo, al grado que el Times la califica como cuento de hadas. Es verdad que pocas geishas habrán gozado de todas las recompensas que la vida le dio a Sayuri. Es indiscutible que la existencia humana carece de la simetría y la poesía de la cual Arthur Golden la empapa. Pero al aplicar ese condimento mágico el escritor lograr sumergir al lector en su obra de tal forma que al leer la última reflexión de Sayuri se hace inevitable la melancolía de desprenderse de una vieja amiga. En otras palabras, amigos, Golden nos aplicó el hataki komi.

Si no me creen, pregúntenle a Nobu.

Referencia Bibliográfica:
Golden, Arthur. Memoirs of a Geisha. New York: Random House, 2005. 503 p.

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